Mi sueño siempre fue escribir un libro. Publicar un libro. En casa tengo tres libros que tienen mi nombre, los honro, me enorgullecen. Sé que si no logro publicar un libro -escribir un libro también- sé que estarán allí para consolarme y ver mi nombre en sus páginas, como diseñador, pero tienen mi nombre y mis dos apellidos. Mamá está contenta.
Escribir es una tarea que para el escritor es más difícil que para el resto. Eso, o algo así, dijo Thomas Mann. Se sufre escribiendo pero se goza haber escrito. Escribir es, sobre todo, una pulsión. Lo digo porque estaba tranqui viendo un episodio de Mythic Quest solo iluminado por una lámpara y protegido con una cobija cuando me vino el rayo, el ritmo y las palabras. No las ideas, sino las palabras, las frases y después sí, algo que se asemeje a una idea.
Un tuit que acabo de leer sirvió como detonante del rayo. Decía que ya no hay medios donde publicar y los que habían estaban cundidos del amiguismo de toda la vida. ¿Quieres que tu medio muera? Dale chance siempre a la misma gente y verás como todos se aburren: el escritor, la audiencia y tú mismo.
Si bien pensar no es hacer, se sabe que se puede ser escritor sin escribir. Así como también hay escritores que escriben y escriben y todos quieren, por favor, que deje de hacerlo. El hábito no hace al monje pero se requiere, al menos, predicar la palabra.
Antes escribía más, ahora definitivamente escribo mejor. Dice Ray Loriga que uno siempre admira al escritor que será, nunca al que es. El autodesprecio viene con el oficio. Quisiera hacer de este newsletter algo más regular. Antes escribía más. Tengo un libro en donde se juntan mis mejores textos posadolescentes divididos en dramáticos y más dramáticos. Ahora escribo mejor, soy mi lector objetivo. Tengo confianza en la sonoridad de mis palabras y en el ritmo de las teclas. Ya no escribo de corazones rotos, ahora intento descifrar por qué sucede.
Escribir es difícil pero no es lo peor de todo el proceso. Lo peor es intentar que te lean. La pulsión viene con un lado B: el ego. En menor o mayor, uno escribe para que lo lean, para que validen o para que critiquen esas ideas que en un momento se te ocurrieron. Hay gente que escribe sin querer ser leído. Se me ocurren por lo menos 100 actos mastubatorios más placenteros porque estemos claros, escribir duele y aquel que diga lo contrario muy probablemente lo haga mal.
No estoy diciendo que entre mayor sufriendo, mejor literatura. Nada de eso. Sino que escribir es correr tras un papagayo que se nos escapó y morimos de miedo a que coja vuelo, se escape y nunca podamos alcanzarlo de vuelta. Una idea es una constante llama buscando apagarse y uno tiene que hacer de todo para mantenerla encendida.
En una serie cuyo nombre no recuerdo pero que veía en mis tardes de desempleo por allá en 2016 escuché “No cuides tus ideas como si fuesen diamantes, cuídalas como si fueran misiles”. Y bueno, eso.